La guerra del fin del mundo
Jorge Mario Salazar M. | Política y sociedad / PALIMPSESTO
Desde que era chiquito, prácticamente desde que nací, el miedo de una guerra que termine con la vida existente en el planeta ha estado presente en mi mente en forma de un cohete bajo una bandera de barras y estrellas. Sumado a esa imagen, figuras oscuras de enmascarados vestidos de negro, con barbas profusas y lenguajes extraños que representaban al enemigo a vencer por medio de «la bomba» que se hacía cada vez más poderosa. De un kilotón a muchos megatones. De bomba H a la bomba neutrónica. De una sola cabeza a diez cabezas nucleares. De las aerotransportadas a las autoimpulsadas. Cada una más aterradora que la anterior. Las luchas y las revoluciones sociales oponían el progreso de la humanidad a la guerra nuclear. Los científicos del mundo, los filósofos y los intelectuales se pronunciaron acerca del inminente peligro que significaba tal amenaza, no solo para el planeta Tierra sino para todo el universo conocido.
En determinado momento de las luchas revolucionarias en América Latina, algunas organizaciones utilizaron ese miedo a la conflagración nuclear para impedir la agudización de las contradicciones políticas en sus países, mientras que otras organizaciones consideraban la necesidad de esa escalada extrema para encontrar una solución revolucionaria. Parece muy dramática esta lectura, sin embargo, las relaciones internacionales se manejaron a partir de ese gran paradigma de la confrontación entre dos polos en una reyerta a bombazos de fisión. Hoy, después de los desastres provocados por accidentes en las centrales termonucleares de Chernobil y Fukushima, podemos conocer mucho más sobre la devastadora magnitud y el impacto de un solo intercambio de misiles tácticos con múltiples cabezas nucleares. Las últimas escenas de la película de Stanley Kubrik, El misterioso doctor Strangelove o El arte de dejar de sufrir y amar a la bomba, presenta el inicio de la conflagración mundial en su última escena, con una canción romántica que dice: «nos veremos otra vez, no sé dónde, no sé cuándo, pero sé que será un día soleado». Hoy día, solo falta ver al presidente Trump cantando esta balada de Vera Lynn.
Acabamos de vivir un momento político internacional de alta tensión con el asesinato del general iraní Soleimani. Una tensión capaz de poner a orar a todo el mundo. Las redes sociales se llenaron de mensajes pidiendo oraciones por la paz, frente al miedo de una respuesta militar de Irán y el desarrollo de una escalada de consecuencias impredecibles. Al igual que pasó cuando el presidente Bush ordenó la guerra contra Irak, apoyando su acción con la mentira de las armas de destrucción masiva supuestamente en posesión de Sadam Hussein, en represalia por el ataque a las torres gemelas del World Trade Center de Nueva York, el objetivo real sería la mente de los votantes estadounidenses en un año electoral donde Trump ha perdido popularidad.
Poco después de esa tormenta de nervios, se nos olvida que estuvimos a punto de una terrible catástrofe. Miramos con desdén la amenaza que supone el incendio en Australia y el reciente incendio de la Amazonía. Olvidamos el derretimiento de los cascos polares, la acelerada degradación de todas las formas de vida que ha ocasionado la desenfrenada producción de basura y el destructivo modelo de producción capitalista. Nos pasa como cuando somos amenazados en la calle por un asaltante armado y no pasa a mayores consecuencias. Asumimos que cualquier cosa que provenga de la política o de la economía no puede afectarnos más que aquello de lo que nos salvamos. El ser humano se ha insensibilizado a causa de tanta amenaza repetitiva y multicausal.
Ahora que cambian las autoridades en los organismos Ejecutivo y Legislativo, se habla de despedir del peor gobierno que ha tenido Guatemala. Me pregunto si el gobierno que sigue será mejor que el saliente. Me pregunto si el doctor Giammattei será el resultado de las oraciones de las buenas personas. Me pregunto si este viejo político proveniente de las viejas escuelas de políticos marrulleros será capaz de transformar hacia un futuro glorioso la administración pública, o si el nuevo presidente se convertirá en el jinete de un bombardero contra la ya lesionada institucionalidad del Estado. Pensar efusivamente que se va el peor gobernante puede causar un agradecimiento a la llegada de una amenaza aún peor.
A la ciudadanía consciente le hace falta enfrentar el resultado de lo que llaman el impulso del modelo de exportación, de ser el tercer país seguro, de la política contra el narcotráfico y el contrabando. El desarrollo insostenible de las actividades extractivas, la incapacidad cada vez mayor de las instituciones de salud y educación, y la reducción de los estándares de vida para una población arriba de los 60 años que crece sin seguridad social y la condición irreparable de una niñez que sufre desnutrición crónica; en fin, una brecha social que crecerá en la medida que se centra el desarrollo en la venta de mano de obra y materias primas con una competitividad que se basa en incentivos fiscales, flexibilidad laboral y devaluación del quetzal. Cada vez que alguien piense en cambiar estas directrices superiores, la amenaza del fin del mundo aparecerá con cualquier pretexto para que la gente se ponga a orar y agradezca su condición actual.
Imagen principal tomada de El Ciudadano.
Jorge Mario Salazar M.
Analista político con estudios en Psicología, Ciencias Políticas y Comunicación. Teatrista popular. Experiencia de campo de 20 años en proyectos de desarrollo. Temas preferidos análisis político, ciudadanía y derechos sociales, conflictividad social. Busco compartir un espacio de expresión de mis ideas con gente afín.
Correo: [email protected]
Saludos Coco, me llega tu forma de escribir, el mensaje que dejas y la forma de ver el mundo a traves de tu perspectiva y experiencia. Adelante que la lucha es constante.
Gracias Freddy, me alegra saludarte y enviarte un fuerte abrazo.